lunes, 8 de julio de 2013

El entierro de la Cenicienta.

Hola queridos/as lectores/as!!! Hoy estoy feliz de poder ofreceros el relato que vengo a ofreceros. Este es fruto de una de esas tardes en las que quieres y debes escribir algo, algo que merezca la pena. Y pasas la tarde entera esperando esa inspiración celestial, la idea en la que confíes para empezar a desarrollarla. Me pasé horas esperando esa idea, hasta el punto de pensar que había perdido la tarde. La perdí, porque el ramalazo inspirativo me llegó a las nueve, pero ya tenía la idea, el título. El segundo estímulo creativo, que me ayudo a encauzar las frases es una un videoclip, "Death Song", de Red Hot Chili Peppers (últimamente la he cogido con este grupo), y que os dejo aquí, para que escuchéis mientras leéis el relato.

La razón principal por la que le he cogido tanto cariño a este cuento es, a parte de la buena crítica que ha recibido, porque hay un buen equilibrio entre lo triste y lo bonito, mi sello cómico y mi omnipresente tema de la muerte. Juzgad vosotros como os apetezca. Ya me contaréis. By Carmen:D


                                         El entierro de la Cenicienta.
                                                                                                                             A mi madre.
El teléfono. Se levantó con pereza y descolgó el auricular.
- ¡Hola, buenos días! Le habla María Teresa, de su operadora telefónica- trinó una voz latina al otro lado.- Era para ofrecerle nuestra nueva tarifa plana, con la que puede hablar con todos sus amigos todo lo que quiera, porque dispondría 5000 minutos gratis, y…
- Oiga, de esos 5000 minutos me sobran 4999, no tengo amigos a los que llamar ni nadie que me llame.
- Entiendo.- dijo María Teresa, y colgó mientras al otro lado de la línea una mujer caía muerta en el suelo.

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No éramos muchos en el entierro de la Cenicienta. Aún así, todo se hizo como ella pidió. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? La calle que subía al cementerio se llenó camisetas hechas trizas que se colgaron por todos los cables de luz y teléfono que vimos. Los paraguas negros se rompieron para que pasase la luz a través de ellos y se tejieron guirnaldas con flores que pendían de las esquinas. Todos llevamos la ropa que debíamos: estaba terminantemente prohibido vestir de negro. Algunos incluso cosieron la ropa para la ocasión. La banda, por una vez, no llegó tarde, y no como en su boda. Era de nuevo carnaval. Una niña llevaba la cara pintada como un pasayo llorando, pero no reconocí quién era.
Cuando la estrambótica comitiva enfiló la cuesta, con el ataud a nuestros hombros, supe que aquel sería un acontecimiento que pasaría a la historia en nuestro pequeño mundo. Más que la inesperada muerte de la Bella Durmiente, más que el suicidio de la Sirenita porque un día descubrió que no podía nada a braza. Ya quedaban pocas cuando se dieron cuenta de que no las necesitábamos. Y era cierto, pudimos seguir viviendo igual, enterrando cada vez un poco más ese aire de armonía y belleza que tenían, a la vez que las íbamos enterrando a ellas. Así que fue muy tarde cuando nos dimos cuenta de que ellas también eran humanas, y entonces el aire era siempre con el mismo olor a comida recién horneada y lejía. Sí, el ataud de la Cenicienta también olía a lejía. Lo habíamos pintado por fuera con todo lo que encontramos en su casa que pudiera servir. Luego pegamos todas y cada una de las fotos suyas que teníamos: las de la prensa rosa, las de su álbum personal y las que alguno de nosotros tenía, como recuerdo de las fiestas que daban en los viejos tiempos en la Casita de Chocolate, antes de que a la bruja de dijeran lo de la diabetes.

Algunos habíamos recorrido un largo camino para asistir. Yo mismo, tuve que venir desde el País de las Maravillas. Peter Pan fue el primero. Siempre estuvo muy unido a la Cenicienta, después de que Wendy no volviera a Nunca Jamás. Su hada madrina, en el momento en que la llamaron por teléfono para darle la funesta noticia, solo articuló un atónito “Lo siento” para su querida Ceni. Luego sus alas cayeron hechas pedazos al suelo porque ella misma había dejado de creer en las hadas. Los hechizos hasta media noche no valen para nada, y el hada madrina lo sabía, pero la felicidad completa es algo que las hadas tienen prohibido regalar, ni siquiera a las princesas. ¿Y el Príncipe Azul? Ese hacía mucho que no se sabía nada de él, pero allí no estaba. Decían que trabajaba en una oficina y que ya no vestía de azul. Tampoco nadie le pidió que viniera, ya todos le habíamos olvidado y no estábamos seguros de que él quisiera vernos. De todas formas, a la Cenicienta nunca le hizo falta ningún príncipe para lucirse. Sabía hacerlo muy bien ella sola. Ah, las fiestas de otros tiempos.

Sí, todo fue como ella hubiera querido. Se encargaron de vestirla con su vestido favorito, ese que parecía espuma y que solo se ponía cuando estaba sola. Llevaba la cara pintada de verde y sonreía como nunca había sonreído en los últimos años. La última vez que estuve con ella, hace mucho, cuando todavía su pelo era casi del todo castaño, me contó con gesto despreocupado que quería estar guapa cuando muriese. Que hasta ese momento le daba todo igual. “Querido –dijo después de mirar fijamente la taza vacía- ya no se trata de escobas o de bailes de medianoche, se trata de dos y dos son cuatro, de que siempre llueve hacía abajo, de que las calabazas no pueden ser carruajes. Y yo ya no puedo hacer nada para remediarlo. Pero cuando muera todo volverá a ser como antes. Sí, como siempre fue. Y te reservaré un baile.”

Posamos el ataud junto a todos los enseres, la ropa, los muebles…Todo el contenido de su casa estaba allí. A última hora parece que llegó más gente. Las amapolas que había en los bordes de la carretera se mecían con el viento. La procesión terminó y todos se quitaron las máscaras. Las velas se hicieron antorchas. Me acerqué a la Cenicienta y tiré mi sombrero al montón. Era mi mejor sombrero, pero tenía muchos más. Esperaba que me lo devolviese junto con el baile que me había prometido.
-Ya podemos empezar -dije con una sonrisa.



                                                      PUNTO FINAL

3 comentarios:

  1. Es que es genial, no me digas que no.
    Le estoy cogiendo tanto cariño a este cuento como ''La chica del pelo verde'', creo que son los dos que más me gustan que he leído tuyos.
    Si me permites una opinión, para mí la primera parte del cuento, la de los 5000 minutos, sobra. Es... no sé, como si le quitara toda esa magia y sí, FANTASÍA que tiene el resto del cuento. Es que consigues crear una atmósfera mágica e ideal, que me recuerda al País de las Maravillas, y creo que esa primera parte sobra. Pero bueno, ya sé lo que significa para ti esa primera parte y lo entiendo.
    La bruja de Hansel y Gretel diabética, Ariel que no puede nadar a braza... es genial. En serio :)

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    1. Tienes razón, probablemente sobre la primera parte, pero es el estímulo creativo. Debe de estar ahí, aunque solo sea para que yo pueda leerlo. Muchas gracias por tu apoyo! :D
      Eh, no te olvides de que tu relato, con atmósfera de jazz, también estuvo genial, me gustó mucho ^^)

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    2. De nada, todo un placer :I

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